Noche de cristal- inicio [libre]

Fria…

Era una noche fría en Vermelho .El viento calaba hasta los huesos de aquellos que se encontraban afuera, en las calles de tal emblemática ciudad. Los pordioseros hacían sus fogatas con los tambos de basura  y se cubrían con sus mantas polvorientas, era obvio que se encontraba en la parte más lúgubre y decadente de la ciudad.

Sus pasos lo llevaron a la enorme iglesia que se encontraba en la parte central de la ciudad, esperaba encontrar refugio y algo de comer.

Abrió la reja exterior de la construcción, una ráfaga de viento se abalanzo contra   él. Se abrazo y tintineo como un tímpano de hielo. Recobro un poco la postura y  camino para la puerta principal. En su travesía los cuervos que estaban posados en los ángeles petrificados, le miraban inquisitivamente…esperando que diera un mal paso para ser devorado en una oscuridad inmensa, sin piedad alguna.

El lugar no era lo mejor del mundo  pero le protegería del frió por lo menos. Inspecciono la zona para localizar un sitio para sentarse. Por suerte no había mucha gente, dos mujeres y un hombre, los cuales rezaban desesperadamente para ser limpiadas sus penas y sus desgracias.

Una de las monjas se acerco a él obsequiándole una pieza de pan y convenciéndolo a tomar asiento.  

El pan se encontraba duro, no era del día, pero era mejor que la comida caduca o podrida de los basureros, sin queja le dio unas mordidas  mientras observaba  en el altar central, al hombre crucificado de una manera irreal y poco creíble.

Explicación :

Su trabajo estaba hecho, algún transeúnte ya debía haber encontrado el cadáver del pobre hombre... un robo que había salido mal sería la conclusión a la que se llegaría debido a las evidencias en la escena del crimen, después de todo era una zona en la que ya se habían registrado algunos robos en las ultimas semanas y los ladrones aún no habían sido atrapados...

Abandonó el lugar de los hechos de inmediato no antes de sacar llaves, dinero, tarjetas, reloj y cualquier cosa que pudiera ser de interés para un ladrón de poca monta del hombre agonizante. Un par de minutos tardaría el suplicio en terminar, con un tiro certero la hemorragia sería la causa de muerte.

Media hora más tarde estaba dentro del enorme edificio gótico   al que asistían hombres y mujeres con la esperanza de expiar sus pecados. Jonathan Fusco no era un creyente, su única fe radicaba en él mismo y en sus habilidades. La razón que lo llevaba ahí era precisamente su firme creencia en seguir el código que él mismo se había forjado: a diferencia de los asesinos novatos, él no conservaba cosa alguna de sus victimas así fuera dinero o joyas que pudiera disfrutar. De haber encontrado a un vagabundo ebrio en su camino le habría cedido el dinero, al no hacerlo, como de costumbre, se dirigió al santo recinto, que se encargaría de limpiar aquel dinero en algo mejor que aguardiente y cigarrillos. Depositó el generoso donativo en la caja de la limosna al entrar y sin ser visto rompió en un rincón las tarjetas que se perdieron en un bote de basura entre pañuelos, envoltorios y otros desechos para nunca ser encontradas.

Yendo en contra de su costumbre se sentó en una de las bancas para escuchar el mantra de las mujeres oradoras que se producía gracias al eco de la gran cúpula. Aquel sonido tenía un ritmo diferente y nuevo que le pareció agradable, se quedo unicamente porque era la primera vez que estaba ahí que no se topaba con un silencio sepulcral.

Al contemplar mejor los alrededores se dio cuenta de que no era el unico sentado en aquella banca, se sorprendio de no haberse percatado de ellos antes y es que aquel que le acompañaba en el otro extremo de la banca era una cosa pequeñísima, un niño apenas que terminaba un bocado de pan, por la expresión que puso dedujo su confusión al verle sentado a su lado pues la iglesia estaba casi vacía y había muchas bancas libres. Con un movimiento de cabeza le dirigió un saludo al chico mientras observaba si los padres estaban cerca, era raro ver a un niño solo a esas horas, su mirada se dirigió a las oradoras pero no tenían ninguna familiaridad con la cabeza trigueña del niño.

Olor… olor a muerte…

Un aroma desconocido llego a las fosas nasales del pequeño chico,  esto provoco que parpadeara tres veces y acto seguido se frotara los ojos con su antebrazo, giro la cabeza de donde venia el olor y se sorprendió al ver  un hombre sentado en la misma banca que él, el cual desentonaba en ese escenario sacro. Le hizo una inspección lenta y nada discreta. Cuando vio que el hombre le saludaba se sobresalto como un gato alterado, giro su cabeza al frente para aparentar seguir viendo al hombre e crucificado,  pero por  el rabillo de su ojo veía atentamente al hombre, el cual parecía que buscaba a algo.  No parecía que esperaba a alguien en ese lugar o que fuera a limpiar a su alma, ¿Cuál era otro cosa  buscaban en una iglesia?

Medito un poquito, volteo a ver el pan mordisqueado- ¡Comida!- apago su voz lo más rápido posible, esperaba no a ver sido escuchado por el hombre, pero su voz resonó por las cúpulas de la iglesia. El chico vio el pan y volteo a ver al hombre de nuevo, esta acción la realizo repetidas veces, su mente giraba en un dilema --¿compartir o no con partir?—tenía mucha hambre, ni devorando toda la pieza de pan se esfumaría, pero le apaciguaría por un tiempo. Pero tampoco podía negarle un bocado de pan a un hombre, tal vez se encontraba igual de hambriento que él. Un poco resignado, salto del asiento para caminar al hombre y sentarse a su lado.

--¡Tenga! parece ser que no hay más pan -- rompiendo el espacio personal del hombre, tomo su mano para entregarle el pan. Tampoco se avergonzó  por el hecho de entregarle un pan mordisqueado, era muy común en el orfanato comer las sobras de los hermanitos menores, no se podía desperdiciar ni una migaja, así que no veía que fuera algo asqueroso.

No se aparto del hombre, podía sentir un poquito de su calor, así que aprovecharía por el momento, esa noche sería realmente fría.  Jalo las mangas de su hoodie para cubrirse los puños y se acomodo su gorro.